martes, 4 de noviembre de 2008

MENSAJE FINAL DEL SINODO DE LA PALABRA


Queridos Hermanos y Hermanas...


..."que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo" (1 Cor 1, 2-3).

Con el saludo del Apóstol Pablo -en este año dedicado a él- nosotros, los Padres Sinodales reunidos en Roma para la XII Asamblea General del Sínodo de los Obispos con el Santo Padre Benedicto XVI, les dirigimos un mensaje de amplia reflexión y propuesta sobre la Palabra de Dios que ha estado en el centro de los trabajos de nuestra asamblea.

Es un mensaje que les encomendamos, ante todo, a sus pastores, a los tantos y tan generosos catequistas y a todos aquellos que los guían en la escucha y en la lectura amorosa de la Biblia. A ustedes en este momento deseamos delinearles el alma y la sustancia de ese texto para que crezca y se profundice el conocimiento y el amor por la Palabra de Dios.
Cuatro son los puntos cardinales del horizonte que deseamos invitarlos a conocer y que expresaremos a través de otras tantas imágenes.

LA VOZ DE LA PALABRA

Tenemos ante todo la Voz divina. Ella resuena en los orígenes de la creación, quebrando el silencio de la nada y dando origen a las maravillas del universo. Es una Voz que penetra luego en la historia, herida por el pecado humano y atormentada por el dolor y la muerte. Ella ve también al Señor en marcha junto con la humanidad para ofrecer su gracia, su alianza, su salvación. Es una Voz que desciende luego en las páginas de las Sagradas Escrituras que ahora nosotros leemos en la Iglesia bajo la guía del Espíritu Santo que le fue donado a ella y a sus pastores como luz de la verdad.

EL ROSTRO DE LA PALABRA

Además, como escribe San Juan, "la Palabra se hizo carne" (1, 14). Y aquí entonces aparece el Rostro. Es Jesucristo, que es Hijo del Dios eterno e infinito, pero también hombre mortal, ligado a una época histórica, a un pueblo y a una tierra. Él vive la existencia fatigosa de la humanidad hasta la muerte, pero resurge glorioso y vive para siempre. Él es quien hace que sea perfecto nuestro encuentro con la Palabra de Dios. Él es quien nos devela el "sentido pleno" y unitario de las Sagradas Escrituras por las que el Cristianismo es una religión que tiene en el centro una persona, Jesucristo, revelador del Padre. Él es quien nos hace entender que también las Escrituras son "carne", es decir, palabras humanas que hay que comprender y estudiar en su modo de expresarse, pero que custodian en su interior la luz de la verdad divina que sólo con el Espíritu Santo podemos vivir y contemplar.

LA CASA DE LA PALABRA

Es el mismo Espíritu de Dios que nos conduce al tercer punto cardinal de nuestro itinerario, la Casa de la palabra divina, es decir, la Iglesia que, como nos sugiere San Lucas (Hch 2, 42) está sostenida por cuatro columnas ideales.
(1) Tenemos "la enseñanza", es decir, el leer y el comprender la Biblia en el anuncio dirigido a todos, en la catequesis, en la homilía, a través de una proclamación que implique la mente y el corazón.
(2) Tenemos luego "la fracción del pan", es decir, la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia. Como aconteció aquel día en Emaús, los fieles son invitados a nutrirse en la liturgia en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo.
(3) Una tercera columna está constituida por las "oraciones" con "himnos y cánticos inspirados" (Col 3, 16). Es la Liturgia de las Horas, oración de la Iglesia destinada a ritmar los días y los tiempos del año cristiano. Tenemos también la Lectio divina, la lectura orante de las Sagradas Escrituras, capaz de conducir, por la meditación, la oración, la contemplación, al encuentro con Cristo, palabra de Dios viviente.
(4) Y, por último, la "comunión fraterna" porque para ser verdaderos cristianos no basta con ser "aquellos que oyen la Palabra de Dios" sino los que "la ponen en práctica" en el amor operante (Lc 8, 21). En la casa de la palabra de Dios encontramos también a los hermanos y hermanas de las otras Iglesias y comunidades cristianas que, aún en las separaciones, viven una real unidad, si bien no plena, a través de la veneración y el amor por la Palabra divina.

EL CAMINO DE LA PALABRA

Llegamos así a la última imagen del mapa espiritual. Es el camino sobre la que se encauza la palabra de Dios: "Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes...y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado" ... "lo que escuchan al oído, proclámenlo desde los terrados" (Mt 28, 19-20; 10, 27). La Palabra de Dios debe correr por los caminos del mundo que hoy son también los de la comunicación informática, televisiva y virtual. La Biblia debe entrar en las familias para que padres e hijos la lean, con ella recen y sea para ellos una antorcha para sus pasos en el camino de la existencia (cf. Sal 119, 105).
Las Sagradas Escrituras deben entrar también en las escuelas y en los ámbitos culturales porque, durante siglos, fue el punto de referencia capital del arte, de la literatura, de la música, del pensamiento y de la misma ética común. Su riqueza simbólica, poética y narrativa hace de ellas un estandarte de belleza sea para la fe que para la misma cultura, en un mundo con frecuencia marcado por la fealdad y por la indignidad.
La Biblia, sin embargo, nos presenta también el soplo de dolor que sale de la tierra, va al encuentro del grito de los oprimidos y del lamento de los infelices. Ella tiene en el vértice la cruz donde Cristo, solo y abandonado, vive la tragedia del sufrimiento más atroz y de la muerte. Precisamente por esta presencia del Hijo de Dios, la oscuridad del mal y de la muerte está irradiada por la luz pascual y por la esperanza de la gloria.
Pero sobre los caminos del mundo marchan con nosotros también los hermanos y hermanas de las otras Iglesias y comunidades cristianas que, aún en las separaciones, viven una real unidad aunque no sea plena, a través de la veneración y el amor por la Palabra de Dios. A lo largo de los caminos del mundo encontramos con frecuencia hombres y mujeres de otras religiones que escuchan y practican fielmente los dictados de sus libros sagrados y que con nosotros pueden edificar un mundo de paz y de luz porque Dios quiere que "todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tim 2, 4).
Queridos hermanos y hermanas, custodien la Biblia en sus casas, lean, profundicen y comprendan plenamente sus páginas, transfórmenla en oración y testimonio de vida, escúchenla con amor y fe en la liturgia. Creen el silencio para escuchar con eficacia la Palabra del Señor y conserven el silencio después de la escucha, porque ella continuará habitando, viviendo y hablándoles a ustedes. Hagan que resuene al comienzo de su día para que Dios tenga la primera palabra y déjenla resonar en ustedes por la noche para que la última palabra sea la de Dios.
"Los encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia" (Hch 20, 32). Con la misma expresión que San Pablo en su discurso de despedida a los jefes de la Iglesia de Éfeso, también nosotros, los Padres Sinodales, confiamos los fieles de las comunidades esparcidas sobre la faz de la tierra a la palabra divina que es también juicio pero sobre todo gracia, que es cortante como una espada pero que es dulce como el panal de miel. Ella es potente y gloriosa y nos guía por los caminos de la historia con la mano de Jesús a quien ustedes, así como nosotros, "aman con amor incorruptible" (Ef 6, 24).

PARTICIPANTES EN EL SÍNODO SOBRE LA PALABRA DE DIOS

EN LA VIDA Y LA MISIÓN DE LA IGLESIA

Vaticano, 5 al 26 de Octubre de 2008

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