sábado, 29 de agosto de 2009

22º domingo de tiempo ordinario (Mc 7, 1-23)

Contra las falsas tradiciones, la libertad cristiana

El evangelio oficial de este domingo selecciona sólo unos pasajes de este capítulo de Marcos, que es una especie de “carta magna” de la libertad cristiana. Por eso he querido comentarlo por entero, para aquellos que tengan tiempo y puedan meditarlo y aplicarlo después por sí mismos. El texto puede dividirse en tres secciones:
1) Acusación de fariseos y escribas contra los discípulos de Jesús porque no guardan la pureza en las comidas (7, 1-5).
2) Anti-acusación de Jesús que critica a sus críticos, diciendo que no cumplen el mandato fundante de Dios (7, 6-13).
3) Enseñanza general sobre la pureza, explicada después a los discípulos. (7, 14-23).
Este evangelio no es una crítica en contra del “buen judaísmo” (¡que existe, gracias a Dios, y es admirable!), sino en contra del mal judaísmo que puede pervivir y pervive en muchos cristianos legalistas, que olvidan el buen corazón, para seguir defendiendo tradiciones falsas de los presbíteros de turno.
1.- Acusación judía. Normas de comida (7, 1-5)
1 Los fariseos y algunos escribas procedentes de Jerusalén se acercaron a él 2 y observaron que algunos de sus discípulos comían los panes con manos impuras, es decir, sin lavárselas 3. [Es de saber que los fariseos y los judíos en general no comen sin antes haberse lavado las manos meticulosamente, aferrándose a la tradición de sus presbíteros; 4 y al volver de la plaza, si no se bautizan no comen; y observan por tradición otras muchas costumbres, como los bautismos de vasos, jarros, bandejas y lechos]. 5 Así que los fariseos y los escribas le preguntaron:
)Por qué tus discípulos no proceden conforme a la tradición de los presbíteros, sino que comen el pan con manos impuras?
Fariseos y bautistas preguntaron ya sobre el ayuno (2, 18). Ahora lo hacen fariseos (quizá de Galilea) y escribas que vienen de Jerusalén (como en 3, 22), con autoridad oficial, para inspeccionar la conducta de las comunidades cristianas (que aparecen así vinculadas al judaísmo). Su cuestión nos sitúa en el centro del mundo rabínico:
a: Ocasión (7, 1-2). Fariseos y escribas observan la impureza alimenticia de los discípulos.
b: Paréntesis explicativo (7, 3-4). Mc explica, en un aparte literario, las normas de pureza judías.
a': Pregunta concreta (7, 5). Fariseos y escribas plantean a Jesús la cuestión de la pureza
Ellos (fariseos y escribas) mantienen la tradición de los presbíteros o antepasados que aparecen como padres fundadores, guardianes de la historia y garantes de la identidad actual del pueblo. Por eso defienden la vieja Ley Escrita (Pentateuco, Biblia Hebrea) y la completan y/o explicitan con la Ley Oral, fijada por las tradiciones que los escribas cultivan con esmero, siendo después codificadas (siglo II d. de C.). En el fondo identifican mandamiento de Dios y tradición de los presbíteros (paradosis tôn presbyterôn: 7, 3) como exige la Misná.
Así han trazado en torno al pueblo una especie de valla de seguridad (cf.. Abot 3, 13), un muro de protección que les permita vivir en santidad y pureza, tanto en plano personal (cada uno cumple la Ley) como a nivel comunitario (esa Ley identifica y distingue al pueblo). Dios mismo se revela a través de la tradición, de tal manera que la fe en Dios aparece como experiencia de vinculación nacional a través de los ritos (tradiciones) de los presbíteros
La ley judía se explicita en forma de comunidad de mesa, pues ella distingue alimentos (puros e impuros) y fija la manera en que deben prepararse y consumirse, en un entorno de purificación ritual (lavatorios o bautismos), que convierte la comida en sacrificio sacerdotal. La casa y mesa de los judíos ha venido a convertirse de esa forma en templo. Por eso, ellos deben purificarse para comer y no pueden sentarse a la mesa con los gentiles, sobre todo en los días de fiesta. Desde este fondo han planteado su objeción los escribas y fariseos . Jesús ha compartido la comida en descampado (con todos), sin sujetarse a las normas de pureza y se ha dejado tocar por los impuros (enfermos). Lógicamente, en la línea del antagonismo anterior (cf. 2, 1-13; 2, 23-3, 6; 3, 22-30) los responsables del puro Israel le critican.
--Jesús y sus discípulos comen el pan con mano impura (7, 2.5). Para ellos, lo que importa es la multiplicación, pan compartido. Logicamente, el ritual de purificación de comidas les parece secundario.
--Los fariseos y escribas de Jerusalén acentúan la pureza sobre la multiplicación. Por eso consideran esenciales las normas de separación nacional/ritual, no sea que se mezcle lo puro con lo impuro, el judaísmo y los gentiles.
El fariseísmo quería extender a todo el pueblo unas normas de pureza del Levítico, que en principio regulaban la conducta de los sacerdotes en el templo. No está en juego ningún dogma sobre Dios sino un rito de comunicación en torno a la comida. Aquí se distinguen y separan dos formas de entender la tradición:

--Jesús ofrece su alimento compartido a todos los que vienen, rompiendo para ello las normas de comensalía ritual intrajudía. Le preocupan los pobres: que todos los humanos puedan compartir el don del reino, expresado en la comida.
-- Escribas y fariseos acentúan la importancia de la pureza ritual del judaísmo. Mientras Jesús ofrece un proyecto universal de mesa compartida ellos siguen discutiendo sobre normas de comensalidad nacional .
Aquí se fija la separación entre iglesia y judaísmo. Jesús insiste en la comida abierta, en gratuidad, apertura a los pobres y comunicación universal. Escribas y fariseos acentúan la comida limpia, acentuando la identidad e integración de grupo. Así se plantea el dilema: (Compartir los panes con todos o sólo con los miembros del grupo de los puros( (dar primacía a la comunicación universal, con riesgo de caer en algún tipo de impureza, o crear islas pequeñas, resguardadas, de pureza intensa en el mar de impureza de este mundo! .
Este problema está al fondo del llamado Concilio de Jerusalén (cf. Hech 15) y se expresa de un modo especial en el evangelio de la libertad de Pablo (cf. Gal 1-3), empeñado en lograr que todos los cristianos (procedentes de la gentilidad y/o del judaísmo) compartan el pan de manera que el misterio del único Cristo se exprese como unión familiar concreta entre los humanos antes separados. Mc 7, 1-23 nos lleva al lugar de enfrentamiento más intenso de la iglesia primitiva y ofrece su respuesta partiendo de la misma conducta de Jesús (multiplicación, curaciones) . En ella se vinculan dos principios que, pudiendo parecen opuestos en abstracto, forman la base de la libertad cristiana:
--Principio de universalidad: todos los humanos pueden y deben compartir la comida mesiánica. En la raíz de ese principio hay más que una experiencia social de solidaridad, más que una doctrina sobre la unidad del logos o la mente en los humanos; en esa raíz está la entrega de Jesús.
-- Principio de interioridad. La pureza verdadera brota y se mantiene a nivel de corazón (cf. 7, 21). Sólo allí donde los humanos se vinculan en comunidad de mesa puede expresarse de forma completa, perfecta, el valor del corazón como principio del que brotan los buenos pensamientos y deseos .
Esos principios (universalidad e interioridad) expresan la más honda aportación del evangelio. Lo que aquí se pone en juego no son unas verdades teóricas sino el bien de los pobres (hambrientos, enfermos). Jesús no ha comenzado discutiendo teorías sobre lo puro o impuro sino curando a los enfermos, ofreciendo comida a los hambrientos... Para defender sus curaciones, para mantener su proyecto de pan compartido, expone ahora su visión de la pureza interior, superando el nivel particular de escribas y fariseos y remontándose al principio de lo humano, a los mandatos primordiales de Gen 1 .
2.- Respuesta cristiana: mandato de Dios y tradiciones humanas (7, 6-13)
6 Pero él les contestó:
#Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. 7 En vano me dan culto, enseñando doctrinas que son preceptos humanos. 8 Vosotros dejáis a un lado el mandamiento de Dios y os aferráis a la tradición de los hombres.
9 Y añadió:
#(Qué bien anuláis el mandamiento de Dios para conservar vuestra tradición! 10 Pues Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y el que maldiga a su padre o a su madre, será reo de muerte. 11 Vosotros, en cambio, afirmáis que si uno dice a su padre o a su madre: *Declaro corbán (es decir, don sagrado) lo que puedo deberte+, 12 ya le permitís que deje de socorrer a su padre o a su madre, 13 anulando así el mandamiento de Dios con esa tradición vuestra, que os habéis transmitido. Y hacéis otras muchas cosas semejantes a ésta.
Jesús responde de modo directo, acusando a sus acusadores, en texto de fuerte dramatismo que consta de dos partes principales: 1) Denuncia profética (7, 6-7), tomada de Isaías (como en citas de 1, 3 y 4, 12). 2) Argumentación legal (7, 8-13) a partir de Ex 20, 12; Dt 5, 16. Así distingue dos actitudes o valores:
-- Por una parte está el mandato, entolê, (7, 8-9) o palabra de Dios (7, 13) que se revela por la Escritura, interpretada en su verdad por Jesús
-- Por otra la tradición o paradosis de los presbíteros (7, 3.8-9.13) que Mc toma como creación humana, religión al servicio del sistema. En esa misma línea se pondrá más tarde Pedro (8, 33).
Las leyes de separación ritual (nacionalismo religioso) son invento humano, obra de aquellos que se escuchan y buscan a sí mismos en vez de buscar a Dios. Por fidelidad a Dios (a su palabra originaria, transmitida por la Escritura) Jesús ha superado los principios de comensalidad intrajudía, para conducirnos en éxodo nuevo al amplio espacio de lo humano, al lugar donde judíos y gentiles, (conforme al signo de la multiplicación de los panes) podemos compartir una misma palabra y comida. Así rompe la familia nacional de los presbíteros (avalada por la pureza del templo) para que pueda surgir la comunión universal de los humanos. Sobre ese fondo ha destacado Mc la importancia de los padres en cuanto necesitados :
--Jesús ha criticado a los presbíteros garantes de la separación ritual de pureza y comidas (7, 3.5 ) y de esa forma ha liberado a sus discípulos de toda obligación respecto a los ancianos entendidos como mediadores de imposición sacral (cf. 7, 1-7), conforme a 3, 31-35 y 10, 29. Sólo así nos hace seres personales, abiertos a la familia universal de los humanos.
-- Criticando a los presbíteros, Jesús recupera el valor del padre y la madre en cuanto seres concretos, especialmente necesitados (7, 8-13). De esta forma eleva la comunión humana por encima de toda ley positiva y declara absoluta la exigencia de ayudar a los padres menesterosos, en palabra que sitúa el mandamiento del decálogo (Ex 20, 12) sobre las tradiciones sacrales del judaísmo. Allí donde el padre pierde su autoridad sagrada (no es presbítero que impone su ley ) puede aparecer ya unido a la madre como signo de Dios para los hijos, por encima del mismo templo de Jerusalén.
Precisamente allí donde Mc supera la paternidad israelita puede presentarnos la verdadera familia humana como lugar donde los hijos deben responder en amor a sus padres ancianos o necesitados. Mc destaca los deberes de los padres para con los hijos, sobre todo en los textos de las curaciones que definen su evangelio como escuela de paternidad humana: Jairo (5, 21-43), la sirofenicia (7, 24-30) y el padre del lunático (9, 14-29) deben curar/cuidar a sus hijos con la ayuda de Jesús. Pues bien, nuestro pasaje (7, 6-13) ha destacado los deberes de los hijos con respecto a los padres necesitados, en gesto que interpreta la ayuda familiar como culto verdadero. Los padres son para ellos templo de Dios; el primer acto de culto consiste en servirles en su ancianidad, no por exigencia legal (de presbíteros judíos) sino por gratuidad humana y humanismo mesiánico.
Este pasaje nos permite entrar en el laberinto de las distorsiones ideológicas. Los mismos judíos (o cristianos) legalistas que acentúan las tradiciones de los antepasados pueden olvidar a los padres concretos, pues colocan el orden sacral, representado por el templo, por encima de sus padres necesitados. Por el contrario, al desmontar ese edificio ideológico de la ley tradicional (de los presbíteros), Jesús nos capacita para situarnos ante los padres concretos, necesitados de cariño y presencia, fundando así la verdadera familia humana . Al sacralizar su tradición, el judaísmo corre el riesgo de olvidar a los necesitados en concreto, incluso a los padres, pues el corbán o don del templo (cf. 7, 11), que el texto presenta como ejemplo supremo de pureza legal, estaría por encima de los padres. Por el contrario, al superar las leyes de pureza nacional, Jesús destaca el varlor de los padres necesitados. Así, la crisis de la vieja familia patriarcal se hace fuente de valorración mas honda para la familia concreta en cuanto expresión de pequeñez humana. -
Sobre la comensalidad intrajudía cf. E. P. Sanders, Jesus and Judaism, SCM, London 1985; Id., Judaism. Practice and belief 63BCE - 66CE, SCM, London 1982, 213-241; E. Schürer, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús II, Cristiandad, Madrid 1985, 615-630. Sobre la novedad de Jesús, en varias perspectivas: J. Klausner, Jesús de Nazaret, Paidós, Buenos Aires 1971, 363-411. Sobre Mc 7, además de Booth, Jesus, cf. J. Lambrecht, Jesus and the Law. An Investigation of Mark 7,1-23, ETL 53 (1977) 24-52; H. Hübner, Mark 7,1-23 und das "jüdisch-hellenistische" Gesetzverständnis, NTS 22 (1975/6) 319-345.
3.- Conclusión: ritos de pureza y mesianismo (7, 14-23).
14 Y llamando de nuevo a la gente, les dijo:
#Escuchadme todos y entended esto:
15 Nada que entra en el ser humano puede mancharlo.
Lo que sale de dentro es lo que contamina al ser humano.
17 Cuando dejó a la gente y entró en casa, sus discípulos le preguntaron por esta parábola.18 Jesús les dijo:
#)Así que también vosotros sois faltos de mente? )No sabéis que nada que entra en el ser humano desde fuera puede mancharlo, 19 puesto que no entra en su corazón, sino en el vientre, y va a parar a la letrina - purificando así todos los alimentos-?.
20 Y añadió:
#Lo que sale del ser humano eso es lo que mancha al ser humano21 Porque es de dentro, del corazón de los humanos, de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, 22 adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez. 23 Todas estas maldades salen de dentro y manchan al ser humano.
Esta es la formulación general de la nueva experiencia de pureza. Jesús responde en tres tiempos a la pregunta sobre el ritual judío:
-a: Principio básico, para todo el pueblo (7, 14-15): frente a quienes buscan la pureza e impureza en lo exterior (comidas, abluciones...), Jesús la sitúa al interior del ser humano.
-b: Incomprensión y pregunta de los discípulos (7, 16-17), que toman el discurso de Jesús como parábola sin sentido (en la línea de 4, 13).
-a': Profundización eclesial (7, 18-23), con catálogo de vicios que brotan del "mal corazón" y manchan al ser humano. Así supera Jesús la ley externa para ofrecer al ser humano su auténtica pureza.
Esa pureza sólo puede expresarse entre personas "liberadas" de presiones sacrales exteriores y que buscan la manera de crear comunión de corazón entre todos los humanos. Mc no se discute una visión genérica de Dios, ni una norma de sacralidad interior, vinculada a creencias o convicciones subjetivas, sino la tradición nacional de limpieza y/o mesa, expresada en dos leyes:
-- Ley de comidas. Los buenos judíos sólo toman alimentos puros, preparados de un modo especial y para ello deben mantenerse separados de aquellos que comen carne impura, como el cerdo.
-- Ley de personas. Sólo pueden compartir la mesa los ritualmente puros, sin contacto con cosas o personas contaminadas (paganos, publicanos etc.), sin enfermedad y/o situación disgregadora (lepra, menstruación etc). Todos los gentiles quedan excluidos .
Jesús no polemiza aquí con la endogamia, que la ley judía interpreta como principio de supervivencia nacional en Esdras-Nehemías, sino con el sistema endo-alimenticio, unido al anterior. Al ofrecer y compartir el pan en descampado, quiebra los principios de comensalidad sacral intrajudía (sobre la ley de matrimonio cf. 10, 1-12). Lo que había comenzado siendo comida compasiva acaba convirtiéndose en principio de nueva comprensión de la existencia. Tres son a mi juicio sus supuestos :
-- Toda comida es limpia (cf. 7, 19): no hay alimentos puros e impuros (contra Lev 11; Dt 14). Desde su experiencia de mesa compartida, Jesús puede afirmar que ningún alimento (ni cerdo ni sangre) mancha al ser humano, pues todos son (eran) limpios al principio: ((vió Dios que era bueno! Gén 1) .
--Los hombres son también limpios. Si puros son los alimentos, en forma superior lo serán los humanos en cuanto tales (judíos y gentiles); por eso no hace falta lavarse las manos ritualmente para superar la impureza del contagio que ha podido surgir del encuentro con "impuros" (leprosos, menstruantes etc). Hemos aludido al tema en varios pasaje anteriores (1, 40-45; 5, 25-34). Es evidente que Jesús ha superado Lev 13-15, haciendo que volvamos al principio bueno de la creación, conforme a Gén 1.
-- Los vicios brotan de otra fuente: del mar corazón (cf. 7, 19 23). Sobre esa doble base (toda comida es limpia, todo humano en cuanto tal es puro) se puede y debe edificar una moral universal, centrada en la limpieza del corazón. El mal no se halla fuera (en algunas comidas o humanos) sino en el centro de la persona (varón o mujer) que puede hacerse mala a través de su deseo pervertido. En ese fondo ha presentado Mc un catálogo de vicios semejante a los que ofrece la tradición judía y cristiana, desde la fornicación, robo y homicidio (signos clásicos del pecado) hasta la blasfemia, soberbia y necedad destructora de aquellos que rompen todo límite y medida de convivencia humana). La maldad de las acciones pro viene del mal corazón, no del gesto externo, tomado de un modo ritual o biologista .
Jesús nos reconduce al lugar del surgimiento humano, a la fuente de bondad de la que toman su sentido personas y comidas. De esa forma nos sitúa en el principio (cf. Gén 1-3), en el mismo manantial de la limpieza humana que es el buen corazón. Ciertamente, el corazón puede mancharse, convirtiéndose en origen de los males. Para superarlos ya no basta el rito; toda imposición legal termina siendo esclavizante, pues acaba dividiendo a los humanos. En la fuente y origen de toda limpieza, en contacto con el Dios creador, ha situado Mc la experiencia interior del corazón.
Hoy hemos superado el problema de comidas, pero el tema de fondo sigue siendo el mismo y sólo puede resolverse desde la pureza interior: para que surja la comunidad mesiánica, superando el plano de la ritualidad social de mesa (comidas), los discípulos del Cristo han de alcanzar la raíz de la pureza (el nivel del corazón). A ese nivel se unen interioridad (buen corazón) y exterioridad comunitaria (mesa compartida) y la iglesia se separa del judaísmo .
Conclusión
Esta discusión de Mc 7 es espejo de todo el evangelio. Decenios de lucha eclesial parecen haberse condensado en este texto que Mc ha puesto en boca de Jesús, haciéndole maestro de la nueva ley de libertad y universalidad centrada en la comida. Estos son los núcleos de su argumento, leídos desde el conjunto de 7, 1-23:
-- El mesianismo es libertad respecto a los presbíteros o ancianos (7, 5). El mensaje de Jesús destruye los sistemas de seguridad del judaismo, especialmente en el plano de familia y mesa. Jesús critica esa "comida nacional", regulada por los presbíteros, pero es evidente que ella no se puede identificar con el banquete elitista y sanguinario de Herodes (6, 14-29), aunque ambos tengan conexiones.
- Lógicamente, las leyes sacrales de Israel pasan a segundo plano, como muestra de forma sorprendente el ejemplo sobre los dones del templo y los padres (7, 5-13). Tomada en su literalidad, esa palabra podrían haberla asumido otros maestros judíos. Pero es nueva la fuerza que recibe y el transfondo donde se sitúa, relativizando el templo con las tradiciones sacrales de Israel.
--La interioridad mesiánica va unida a la libertad personal: no es lo externo (exôthen: 7, 15.18) lo que mancha al ser humano sino aquello que brota de dentro (esôthen: 7, 21). Asumiendo la más honda tradición profética, Jesús ha situado a los humanos ante la verdad (o riesgo de mentira) de su propio corazón. Sólo partiendo de esa fuente puede edificarse la familia mesiánica.
B Esa interioridad fundamenta el valor de la familia, no entendida ya en clave de poder (imposición de los presbíteros) sino de reciprocidad de dones y servicios: Dios mismo aparece así como garante de los padres necesitados, a quienes los hijos deben acompañar y ayudar, por encima de toda ley social o religiosa (7, 9-13).
B Esa interioridad conduce a la universalidad. Todos los principios de vinculación externa (comida o raza, poder o prestigio) acaban siendo parciales y separan a unos grupos de otros. Sólo la pureza de corazón vincula por igual a todos los humanos, en fraternidad de amor y mesa.
B Jesús ratifica, finalmente, el valor del mundo (animales, plantas) declarando pura toda comida. Tras afirmar que ella no llega al corazón sino que pasa por el vientre a la letrina, Mc 7, 19 introduce un comentario o aparte (purificando así todos los alimentos) que tiene quizá un carácter irónico y puede entenderse de dos formas: el mismo Jesús los purifica con su declaración fundamental; o los purifica el proceso digestivo, que termina en la letrina, sin distinguir alimentos sagrados y profanos, pues son todos iguales para el vientre (con tal de que se digieran bien) . Sea como fuere, Jesús nos lleva hasta el lugar donde hombres y alimentos son profanos, añadiendo que la sacralidad (nueva vida mesiánica) se edifica a partir del corazon del que provienen los buenos pensamientos y el amor gratuito .

domingo, 23 de agosto de 2009

Comentario biblico dominical

DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO CICLO B

HOMILÍAS JOSÉ ANTONIO PAGOLA


¿También vosotros queréis marcharos?

Jn 6, 61-70

LEER CON FE

Cuando los primeros discípulos de Jesús se convencieron de que Dios lo había resucitado desautorizando a cuantos lo habían condenado, tomaron conciencia de que en la vida y el mensaje y de Jesús se encerraba algo único, confirmado por el mismo Dios.

Entonces sucedió un hecho singular y desconocido en toda la literatura universal. Los discípulos comenzaron a recoger las palabras que le habían escuchado a Jesús durante su vida terrestre, pero no como se recoge el testamento de un maestro muerto ya para siempre, sino como palabras de alguien que está vivo y sigue hablando ahora mismo a los que creen en él. Nació así un género literario nuevo y desconocido: los evangelios.

En las primeras comunidades cristianas se leía el evangelio no como palabras que dijo Jesús en otros tiempos en Galilea, sino como palabras que ahora mismo nos está diciendo el resucitado para iluminar nuestros problemas de hoy. Las escuchaban como palabras que son «espíritu y vida», «palabras de vida eterna», un mensaje que nos hace vivir en la verdad y nos da vida.

Un cristiano no confunde nunca el evangelio con ningún otro escrito. Cuan do se dispone a leer las palabras de Jesús sabe que no va a leer un libro, sino que va a escuchar a Cristo que le habla al corazón. El concilio Vaticano II quiso despertar de nuevo esta fe de los primeros cristianos proclamando solemnemente que «Cristo está presente en la Palabra pues es él mismo quien habla mientras se leen en la Iglesia las sagradas escrituras».

Hemos de aprender de nuevo el arte de leer los evangelios con esta fe. Aquel Jesús que, en Cafarnaum, le declaró a un paralítico: «Perdonados te son tus pecados. Vive siempre sostenido por la bondad y el perdón de Dios». Aquel Jesús que, a orillas del Tiberiades, llamó un día a Pedro con una sola palabra: «Sígueme», hoy, me está diciendo a mí: «Ten fe, no vivas perdido, sigue mis pasos».

Cuando los creyentes abrimos los evangelios, no estamos leyendo la biografía de un personaje difunto. No nos acercamos a Jesús como a algo acabado. Su vida no ha terminado con su muerte. Sus palabras no han quedado silenciadas para siempre. Jesús sigue vivo. Quien saber leer el Evangelio con fe, lo escucha en el fondo de su corazón. Nunca se sentirá sólo.



¿A QUIEN ACUDIREMOS?



Quien se acerca a Jesús tiene, con frecuencia, la impresión de encontrarse con alguien extrañamente actual y más presente a nuestros problemas de hoy que muchos de nuestros contemporáneos.

Hay gestos y palabras de Jesús que nos impactan todavía hoy porque tocan el nervio de nuestros problemas y preocupaciones más vitales.

Son gestos y palabras que se resisten al paso de los tiempos y al cambio de ideologías. Los siglos transcurridos no han amortiguado la fuerza y la vida que encierran, a poco que estemos atentos y abramos sinceramente nuestro corazón.

Sin embargo, son muchos los hombres y mujeres que no logran encontrarse con su evangelio. No han tenido nunca la suerte de escuchar con sencillez y directamente sus palabras. Su mensaje les ha llegado desfigurado por demasiadas capas de doctrinas, fórmulas, conceptualizaciones y discursos interesados.

A lo largo de veinte siglos es mucho el polvo que inevitablemente se ha ido acumulando sobre su persona, su actuación y su mensaje. Un cristianismo lleno de buenas intenciones y fervores venerables ha impedido, a veces, a muchos cristianos sencillos encontrarse con la frescura llena de vida de aquel que perdonaba a las prostitutas, abrazaba a los niños, lloraba con los amigos, contagiaba esperanza e invitaba a los hombres a vivir con la libertad y el amor de los hijos de Dios.

Cuántos hombres y mujeres han tenido que escuchar las disquisiciones de moralistas bien intencionados y las exposiciones de predicadores ilustrados, sin lograr encontrarse con El.

No nos ha de extrañar la interpelación de J. Onimus: «¿Por qué vas a ser tú propiedad privada de predicadores, doctores y de algunos eruditos, tú que has dicho cosas tan simples, tan directas, palabras que siguen siendo palabras de vida para todos los hombres?».

Sin duda, uno de los mayores servicios que podemos realizar en la Iglesia actual es poner la persona y el mensaje de Jesús al alcance de los hombres y mujeres de nuestros días. Ayudarles a abrirse camino hacia él. Acercarles a su mensaje.

Muchos cristianos que se han ido alejando estos años de la Iglesia, quizás, porque no siempre han encontrado en ella a Jesucristo, sentirían de nuevo aquello expresado un día por Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos».

domingo, 2 de agosto de 2009

Comentario biblico dominical

DOMINGO XVIII TIEMPO ORDINARIO CICLO B

HOMILÍAS JOSÉ ANTONIO PAGOLA



Yo soy el pan de vida.

Jn 6, 24-35



UN VACIO DIFICIL DE LLENAR



La palabra «religión» suscita hoy en muchos una actitud defensiva. En bastantes ambientes, el hecho mismo de plantear la cuestión religiosa provoca malestar, silencios evasivos, un desvío hábil de la conversación.

Se entiende la religión como un estadio infantil de la humanidad que está siendo ya superado. Algo que pudo tener sentido en otros tiempos pero que, en una sociedad adulta y emancipada, carece ya de todo interés.

Creer en Dios, orar, alimentar una esperanza final son, para muchos, un modo de comportarse que puede ser tolerado, pero que es indigno de personas inteligentes y progresistas. Cualquier ocasión parece buena para trivializar o ridiculizar lo religioso, incluso, desde los medios públicos de comunicación.

Se diría que la religión es algo superfluo e inútil. Lo realmente importante y decisivo pertenece a otra esfera: la del desarrollo técnico y la productividad económica.

A lo largo de estos últimos años ha ido creciendo entre nosotros la opinión de que una sociedad industrial moderna no necesita ya de religión pues es capaz de resolver por sí misma sus problemas de manera racional y científica.

Sin embargo, este optimismo «a-religioso» no termina de ser confirmado por los hechos. Los hombres viven casi exclusivamente para el trabajo y para el consumismo durante su tiempo libre, pero «ese pan» no llena satisfactoriamente su vida.

El lugar que ocupaba anteriormente la fe religiosa ha dejado en muchos hombres y mujeres un vacío difícil de llenar y un hambre que debilita las raíces mismas de su vida. F. Heer habla de «ese gran vacío interior en el que los seres humanos no pueden a la larga vivir sin escoger nuevos dioses, jefes y caudillos carismáticos artificiales».

Quizás es el momento de redescubrir que creer en Dios significa ser libre para amar la vida hasta el final. Ser capaz de buscar la salvación total sin quedarse satisfecho con una vida fragmentada. Mantener la inquietud de la verdad absoluta sin contentarse con la apariencia superficial de las cosas. Buscar nuestra religación con el Trascendente dando un sentido último a nuestro vivir diario.

Cuando se viven días, semanas y años enteros, sin vivir de verdad, sólo con la preocupación de «seguir funcionando», no debería de pasar inadvertida la invitación interpeladora de Jesús: «Yo soy el pan de vida».



¿CREER DESDE EL BIENESTAR?



Probablemente, son mayoría los hombres y mujeres que, consciente o inconscientemente, aspiran como ideal último de su existencia al bienestar y al bien-vivir.

Lo importante es vivir cada vez mejor, tener dinero y disfrutar de una seguridad. El dinero parece ser la fuente de todas las posibilidades.

El que posee una seguridad económica, puede aspirar a lograr el reconocimiento de los demás, la autoafirmación personal y, en definitiva, la felicidad.

Naturalmente, cuando el bienestar se convierte en el objetivo de nuestra vida, ya no importan demasiado los demás. Entonces es normal que se desate la competitividad, la insolidaridad, el acaparamiento injusto.

Alguien ha dicho que en esta sociedad, «nos hemos quedado sin noticias de Dios». Dios es superfluo. No hace falta ni combatirlo. Sencillamente se prescinde de él. ¿Por qué?

El ideal del bienestar crea un modo de vivir tan superficial y tan insensible y ciego para las dimensiones más profundas del hombre, que ya no parece haber sitio para Dios.

O quizás, algo. que no es mucho mejor. Sólo queda sitio para una religión «rebajada» al plano individual y privado, donde la religioso se convierte, con frecuencia, en mero alivio de frustración y problemas individuales.

Entonces, y aún sin ser conscientes de ello, la religión viene a ser un elemento más de seguridad personal, al servicio de ese ideal último que es el bienestar.

¿No debemos escuchar hoy más que nunca los cristianos la queja y las palabras de Jesús junto al Tiberíades?: «Vosotros me buscáis porque comisteis hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna».

No basta alimentar nuestra vida de cualquier manera. No es suficiente un bienestar material. El hombre necesita un alimento capaz de llevarlo hasta su verdadera plenitud. Y ese alimento, lo creamos o no, es sólo el amor.

Es una equivocación mutilar nuestra existencia, poniendo toda nuestra esperanza en un bienestar que se acaba en el momento en que perece nuestra vida.

Sólo el amor da vida definitiva. Sólo el que sabe ver el dolor de los que sufren y escuchar los gritos de los maltratados, puede escapar del engañoso atractivo del bienestar y buscar una vida nueva. Una vida que lleva a los hombres a su plenitud.


LO PRIMERO, LA VIDA



La exégesis moderna no deja lugar a dudas. Lo primero para Jesús es la vida, no la religión. Basta analizar la trayectoria de su actividad. A Jesús se le ve siempre preocupado de suscitar y desarrollar, en medio de aquella sociedad, una vida más sana y más digna.

Pensemos en su actuación en el mundo de los enfermos: Jesús se acerca a quienes viven su vida de manera disminuida, amenazada e insegura, para despertar en ellos una vida más plena. Pensemos en su acercamiento a los pecadores: Jesús les ofrece el perdón que les haga vivir una vida más digna, rescatada de la humillación y el desprecio. Pensemos también en los endemoniados, incapaces de ser dueños de su existencia: Jesús los libera de una vida alienada y desquiciada por el mal.

Como ha subrayado J. Sobrino, pobres son aquellos para quienes la vida es un carga pesada pues no pueden vivir con un mínimo de dignidad. Esta pobreza es lo más contrario al plan original del Creador de la vida. Donde un ser humano no puede vivir con dignidad, la creación de Dios aparece allí como viciada y anulada. No es extraño que Jesús se presente como el gran defensor de la vida ni que la defienda y la exija sin vacilar, cuando la ley o la religión es vivida «contra la vida».

Ya han pasado los tiempos en que la teología contraponía «esta vida» (lo natural) y la otra vida (lo natural) como dos realidades opuestas. El punto de partida, básico y fundamental es «esta vida» y, de hecho, Jesús se preocupó de lo que aquellas gentes de Galilea más deseaban y necesitaban que era, por lo menos vivir, y vivir con dignidad. El punto de llegada y el horizonte de toda la existencia es «vida eterna» y, por eso, Jesús despertaba en el pueblo la confianza final en la salvación de Dios.

A veces los cristianos exponemos la fe con tal embrollo de conceptos y palabras que, a la hora de la verdad, pocos se enteran de lo que es exactamente el Reino de Dios del que habla Jesús. Sin embargo, las cosas no son tan complicadas. Lo único que Dios quiere es esto: una vida más humana y digna para todos y desde ahora, una vida que alcance su plenitud en su vida eterna. Por eso se dice de Jesús que «da vida al mundo». (Jn 6, 33).