domingo, 20 de mayo de 2007

Breve historia de la Lectura orante

El primero en utilizar esa expresión fue Orígenes (185-254), quien afirmaba que para leer la Biblia con provecho es necesario hacerlo con atención, constancia y oración. Más adelante, la Lectio Divina vendría a convertirse en la columna vertebral de la vida religiosa. Las reglas monásticas de Pacomio, Agustín, Basilio y Benito harían de esa práctica, junto al trabajo manual y la liturgia, la triple base de la vida monástica.

«Al leer la Biblia, los Padres no leían los textos, sino a Cristo vivo, y Cristo les hablaba» P. Evdokimov

La sistematización de la Lectio Divina en cuatro peldaños proviene del s. XII. Alrededor del año 1150, Guido, un monje cartujo, escribió un librito titulado La escalera de los monjes, en donde exponía la teoría de los cuatro peldaños:

«Cierto día, durante el trabajo manual, al reflexionar sobre la actividad del espíritu humano, de repente se presentó a mi mente la escalera de los cuatro peldaños espirituales: la lectura, la meditación, la oración y la contemplación. Esa es la escalera por la cual los monjes suben desde la tierra hasta el cielo. Es cierto, la escalera tiene pocos peldaños, pero es de una altura tan inmensa y tan increíble que, al tiempo que su extremo inferior se apoya en la tierra, la parte superior penetra en las nubes e investiga los secretos del cielo (...).

La lectura es el estudio asiduo de las Escrituras, hecho con espíritu atento. La meditación es una actividad diligente de la mente que, con ayuda de la propia razón, busca el conocimiento de la verdad oculta. La oración es el impulso ferviente del corazón hacia Dios, pidiendo que aleje los males y conceda cosas buenas. La contemplación es una elevación de la mente sobre sí misma que, pendiente de Dios, saborea las alegrías de la dulzura eterna»

En el siglo XIII, los mendicantes intentaron crear un nuevo tipo de vida religiosa más comprometida con los pobres e hicieron de la Lectio Divina la fuente de inspiración para su movimiento renovador. El Santo Rosario puede considerarse una forma de Lectura orante.

En los siglos posteriores a la Contrarreforma, los creyentes perdieron el contacto directo con la Biblia.

El Concilio Vaticano II recuperó, felizmente, la anterior tradición e instó, con insistencia, a los fieles a leer asiduamente la Escritura.

«El Santo Sínodo recomienda insistentemente a todos los fieles, la lectura asidua de la Escritura, para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo (Filp 3,8), "pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo" (...) Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues "a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras"» (DV 25)

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