domingo, 2 de agosto de 2009

Comentario biblico dominical

DOMINGO XVIII TIEMPO ORDINARIO CICLO B

HOMILÍAS JOSÉ ANTONIO PAGOLA



Yo soy el pan de vida.

Jn 6, 24-35



UN VACIO DIFICIL DE LLENAR



La palabra «religión» suscita hoy en muchos una actitud defensiva. En bastantes ambientes, el hecho mismo de plantear la cuestión religiosa provoca malestar, silencios evasivos, un desvío hábil de la conversación.

Se entiende la religión como un estadio infantil de la humanidad que está siendo ya superado. Algo que pudo tener sentido en otros tiempos pero que, en una sociedad adulta y emancipada, carece ya de todo interés.

Creer en Dios, orar, alimentar una esperanza final son, para muchos, un modo de comportarse que puede ser tolerado, pero que es indigno de personas inteligentes y progresistas. Cualquier ocasión parece buena para trivializar o ridiculizar lo religioso, incluso, desde los medios públicos de comunicación.

Se diría que la religión es algo superfluo e inútil. Lo realmente importante y decisivo pertenece a otra esfera: la del desarrollo técnico y la productividad económica.

A lo largo de estos últimos años ha ido creciendo entre nosotros la opinión de que una sociedad industrial moderna no necesita ya de religión pues es capaz de resolver por sí misma sus problemas de manera racional y científica.

Sin embargo, este optimismo «a-religioso» no termina de ser confirmado por los hechos. Los hombres viven casi exclusivamente para el trabajo y para el consumismo durante su tiempo libre, pero «ese pan» no llena satisfactoriamente su vida.

El lugar que ocupaba anteriormente la fe religiosa ha dejado en muchos hombres y mujeres un vacío difícil de llenar y un hambre que debilita las raíces mismas de su vida. F. Heer habla de «ese gran vacío interior en el que los seres humanos no pueden a la larga vivir sin escoger nuevos dioses, jefes y caudillos carismáticos artificiales».

Quizás es el momento de redescubrir que creer en Dios significa ser libre para amar la vida hasta el final. Ser capaz de buscar la salvación total sin quedarse satisfecho con una vida fragmentada. Mantener la inquietud de la verdad absoluta sin contentarse con la apariencia superficial de las cosas. Buscar nuestra religación con el Trascendente dando un sentido último a nuestro vivir diario.

Cuando se viven días, semanas y años enteros, sin vivir de verdad, sólo con la preocupación de «seguir funcionando», no debería de pasar inadvertida la invitación interpeladora de Jesús: «Yo soy el pan de vida».



¿CREER DESDE EL BIENESTAR?



Probablemente, son mayoría los hombres y mujeres que, consciente o inconscientemente, aspiran como ideal último de su existencia al bienestar y al bien-vivir.

Lo importante es vivir cada vez mejor, tener dinero y disfrutar de una seguridad. El dinero parece ser la fuente de todas las posibilidades.

El que posee una seguridad económica, puede aspirar a lograr el reconocimiento de los demás, la autoafirmación personal y, en definitiva, la felicidad.

Naturalmente, cuando el bienestar se convierte en el objetivo de nuestra vida, ya no importan demasiado los demás. Entonces es normal que se desate la competitividad, la insolidaridad, el acaparamiento injusto.

Alguien ha dicho que en esta sociedad, «nos hemos quedado sin noticias de Dios». Dios es superfluo. No hace falta ni combatirlo. Sencillamente se prescinde de él. ¿Por qué?

El ideal del bienestar crea un modo de vivir tan superficial y tan insensible y ciego para las dimensiones más profundas del hombre, que ya no parece haber sitio para Dios.

O quizás, algo. que no es mucho mejor. Sólo queda sitio para una religión «rebajada» al plano individual y privado, donde la religioso se convierte, con frecuencia, en mero alivio de frustración y problemas individuales.

Entonces, y aún sin ser conscientes de ello, la religión viene a ser un elemento más de seguridad personal, al servicio de ese ideal último que es el bienestar.

¿No debemos escuchar hoy más que nunca los cristianos la queja y las palabras de Jesús junto al Tiberíades?: «Vosotros me buscáis porque comisteis hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna».

No basta alimentar nuestra vida de cualquier manera. No es suficiente un bienestar material. El hombre necesita un alimento capaz de llevarlo hasta su verdadera plenitud. Y ese alimento, lo creamos o no, es sólo el amor.

Es una equivocación mutilar nuestra existencia, poniendo toda nuestra esperanza en un bienestar que se acaba en el momento en que perece nuestra vida.

Sólo el amor da vida definitiva. Sólo el que sabe ver el dolor de los que sufren y escuchar los gritos de los maltratados, puede escapar del engañoso atractivo del bienestar y buscar una vida nueva. Una vida que lleva a los hombres a su plenitud.


LO PRIMERO, LA VIDA



La exégesis moderna no deja lugar a dudas. Lo primero para Jesús es la vida, no la religión. Basta analizar la trayectoria de su actividad. A Jesús se le ve siempre preocupado de suscitar y desarrollar, en medio de aquella sociedad, una vida más sana y más digna.

Pensemos en su actuación en el mundo de los enfermos: Jesús se acerca a quienes viven su vida de manera disminuida, amenazada e insegura, para despertar en ellos una vida más plena. Pensemos en su acercamiento a los pecadores: Jesús les ofrece el perdón que les haga vivir una vida más digna, rescatada de la humillación y el desprecio. Pensemos también en los endemoniados, incapaces de ser dueños de su existencia: Jesús los libera de una vida alienada y desquiciada por el mal.

Como ha subrayado J. Sobrino, pobres son aquellos para quienes la vida es un carga pesada pues no pueden vivir con un mínimo de dignidad. Esta pobreza es lo más contrario al plan original del Creador de la vida. Donde un ser humano no puede vivir con dignidad, la creación de Dios aparece allí como viciada y anulada. No es extraño que Jesús se presente como el gran defensor de la vida ni que la defienda y la exija sin vacilar, cuando la ley o la religión es vivida «contra la vida».

Ya han pasado los tiempos en que la teología contraponía «esta vida» (lo natural) y la otra vida (lo natural) como dos realidades opuestas. El punto de partida, básico y fundamental es «esta vida» y, de hecho, Jesús se preocupó de lo que aquellas gentes de Galilea más deseaban y necesitaban que era, por lo menos vivir, y vivir con dignidad. El punto de llegada y el horizonte de toda la existencia es «vida eterna» y, por eso, Jesús despertaba en el pueblo la confianza final en la salvación de Dios.

A veces los cristianos exponemos la fe con tal embrollo de conceptos y palabras que, a la hora de la verdad, pocos se enteran de lo que es exactamente el Reino de Dios del que habla Jesús. Sin embargo, las cosas no son tan complicadas. Lo único que Dios quiere es esto: una vida más humana y digna para todos y desde ahora, una vida que alcance su plenitud en su vida eterna. Por eso se dice de Jesús que «da vida al mundo». (Jn 6, 33).

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